Funes, el inmortal
Sobre los grandes cambios en la humanidad relacionados con la técnica
Cuando Hans Robert Jauss enunció su Estética de la recepción, estaba superando con un gesto innovador, las búsquedas inmanentistas de sus precursores, los formalistas rusos. Jauss sienta sus bases en la fenomenología de Husserl, en busca del lugar vacío que el receptor tenía hasta el momento en las investigaciones teóricas en relación al arte. El gesto de Jauss no es otra cosa que pensar la obra de arte dentro de un circuito que se completa cuando el receptor toma la iniciativa de dar una respuesta a la obra, cualquiera sea.
Si el rabi Judá León que concibió el Golem (Borges, 1981) (“Sediento de saber lo que Dios sabe,/Judá León se dio a permutaciones/de letras y a complejas variaciones/Y al fin pronunció el Nombre que es la Clave./La Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,/Sobre un muñeco que con torpes manos/labró, para enseñarle los arcanos/ De las Letras, del Tiempo y del Espacio.”) representa una metáfora de la creación literaria, es posible crear otras metáforas a partir de la obra de Borges. En definitiva, somos los receptores contemporáneos de una obra visionaria, anticipatoria y recreadora de un pasado memorial. Hagamos algo con ella, nos avala la estética de la recepción.
Imaginemos a Irineo Funes, superdotado de capacidades perceptivas, en la Antigua Grecia, la Grecia de Tales y Pítágoras, la Grecia encabalgada entre el mitos y el logos. Pensémoslo como un gran discípulo, admirado por sus colegas por su capacidad de retener en la memoria los grandes discursos de los sabios. Bastaría darle un par de datos vagos para que el erudito reconstruyera (y volviera a recordar) las palabras de sus maestros.
No es difícil imaginar a Irineo Funes como un héroe. Una suerte de milagro pre-cristiano. Sería posible imaginar su figura transformada en mito o en teorema o silogismo. Sería posible que fuera el registro de todo lo que no quedó por escrito de aquellos años.
Fusionemos a Irineo Funes con Marco Flaminio Rufo y hagámosle beber del arenoso río de la inmortalidad. Imaginémoslo en Mileto, presenciando la homogeneización alfabética de los siglos IV y III a.c. y la aparición del alfabeto griego clásico. Como el legionario romano que preambula las páginas de El Aleph como “El inmortal”, Irineo Funes, a préstamo desde Ficciones, es testigo de la historia que pasa. Irineo guarda, almacena, multiplica paradigmas.
Pasan los años y podríamos reconocerlo en la fatiga de las vastas estanterías de las bibliotecas de Alejandría y Pérgamo, consumiendo amarillentos pergaminos, reteniendo todo en la memoria. Si aplicáramos el principio plantónico de conocer es recordar, Irineo Funes encarnaría el conocimiento y el recuerdo. Sus condiscípulos, admirados, recurrirán a él de ser necesario, pero ellos también tienen ahora la posibilidad de leer los pergaminos, fatigar las estanterías de las bibliotecas. Irineo representa ese saber encerrado y privilegiado para la elite alfabetizada. ¿Sería ahora como el celoso Jorge de Burgos, custodio-asesino del libro segundo de la Poética de Aristóteles, encerrado en la fascinante biblioteca de la abadía benedictina en los Apeninos septentrionales?
Sigamos nuestro recorrido y llevemos al inmortal Funes a los talleres de Gutenberg en Maguncia. Irineo Funes ve la impresión de la biblia. Hagámoslo presenciar un hito en la historia de la cultura: la caída de los grandes monasterios como centros de saber. La cultura, los libros, el saber, se diseminan por el mundo, en lenta progresión. Se sientan los precedentes del individualismo, el racionalismo y la investigación científica. Se prefigura el ideal del iluminismo, se anticipa la revolución francesa. ¿Qué función tiene ahora este hombre, expulsado de la oclusiva elite de la sapiencia, con su capacidad perceptiva? Entre hombres comunes, que ahora son sus pares, que tienen al alcance de la mano en saber en bibliotecas caseras, Funes es un fenómeno. Desde su panóptico, ya no sorprende por su acumulación de saberes, sino por su capacidad de recordar. Y en su discurso, brilla la repetición y se oscurece el pensamiento. “El rabí le explicaba el universo/ (Esto es mi pie; esto el tuyo; esto la soga)/y logró, al cabo de años, que el perverso/barriera bien o mal la sinagoga.” Funes es puro paradigma, lista, nube de palabras, cúmulo de momentos. Funes es, en sí mismo, un relato que no se puede reproducir, la percepción de lo simultáneo, como Borges y sus visitas a Carlos Argentino Daneri y el sótano de la calle Garay “Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza, aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? (…) En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré.” (Borges, 1949)
Funes atraviesa dos guerras y atestigua, a mediados del siglo XX, en fatigoso viaje, los nuevos vientos que impulsan las tecnologías de la información y la comunicación. En este nuevo contexto histórico, Funes visualiza un nuevo mundo. La comunicación fluye, la inmediatez es una necesidad, los conocimientos están diseminados, esparcidos, multiplicados violentamente en un aleph. Los hombres crearon la escritura para registrar; el libro, para educar y difundir conocimiento y la red de comunicación global para registrar, educar, difundir conocimiento simultáneamente. Bibliotecas hay y seguirá habiendo, pero hoy las puertas parecen más abiertas que nunca. Internet es una ventana al mundo, un mundo abierto con conocimientos dispersados, organizados o no, ubicuos. ¿Quién es ahora este sujeto enmudecido por la percepción de la simultaneidad? Una mente acumulada, repleta, con una voz que no narra sino que repite. Un héroe que, a diferencia de Aquiles, muere viejo y olvidado, si es que encuentra algún día las aguas del Leteo.
Referencias bibliográficas:
Borges, Jorge Luis (1944). Ficciones. Buenos Aires, EMECÉ.
Borges, Jorge Luis (1949). El aleph. Buenos Aires, EMECÉ.
Borges, Jorge Luis (1981). La cifra. Buenos Aires, EMECÉ.
Jauss, Hans. Robert.“Estética de la recepción y comunicación literaria”, en: Punto de Vista, Buenos Aires, 1981 12, 34-40 (Traducción de Beatriz Sarlo).
Serres, M. (2013) Pulgarcita. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires. En: http://es.scribd.com/doc/232855519/Serres-Michel-Pulgarcita